Tuve una infancia feliz. Como cualquier niña de mi generación, jugábamos a indios y a vaqueros, a polis y cacos. El mundo se dividía en buenos y malos de película y se podía jugar a ser como ellos. Pero en nuestro mundo de niños también había espacio para otros malos. Eran nuestros malos. Se llamaban terroristas. Y como eran muy reales no jugábamos a imitarlos. Porque nos daban miedo. Miedo de verdad. Eran tan reales que la guardia civil nos paraba en las carreteras para ver si viajaban con nosotros o éramos uno de ellos; eran tan reales que ponían bombas en supermercados con madres y niños de verdad. Tenían capuchas negras, y una serpiente que daba mucho miedo. En mi colegio había «avisos de bomba»: tres toques de campana y todos al campo de rugby, a esperar a que viniera la policía, ¿y si un día estallaba la bomba y mis hermanos y yo no volvíamos a casa esa tarde..? Éramos felices pero estaba ahí el miedo, un miedo que acabamos considerando normal. Crecimos y olvidamos a los polis, a los cacos y a los indios. Pero no a los terroristas. Ellos seguían siendo reales. Seguían cortando piernas, pegando tiros en la nuca, todo muy cerca de nuestras casas, de nuestros parques. Y muchos comenzamos a sentir otros miedos: miedo a ser igual de cobardes, miedo a dejar que se salieran con la suya, miedo a que impusieran su locura. Comenzamos a temer por la libertad en un país que era libre y democrático. Comenzamos a manifestarnos por la paz en un país en el que no había guerra. Comenzamos a preocuparnos porque nuestros democráticos ayuntamientos democráticos los gobernaban intolerantes y cómplices de asesinos. Ahora se supone que ya no debemos tener más miedo.
Pero yo sigo teniendo miedo. A que mi generación olvide que fue rehén de una situación terrible, injusta, anómala e intolerable. Y desde aquí lo grito. Que se oiga bien alto. Porque las víctimas necesitan nuestras voces y nuestros testimonios para reconstruir sus infancias quebradas.
La mía fue feliz. Pero tuve miedo. Ahora lo sé. Y por cierto, yo vivía en Madrid, no en el País Vasco.
Phil Camino, periodista y escritora.
Comments are closed.