Final del miedo
Una parte de mi familia (abuelo paterno) es de origen donostiarra. Seguramente por ello siempre nos hemos sentido vinculados a la hermosa tierra vasca, que he visitado, tanto con mi familia como yo solo, en numerosas ocasiones. Siempre leía la prensa local, para encontrarme un mundo que no era el que conocíamos en Madrid. Las brutales agresiones eran «enfrentamientos» (entre veinte jóvenes y un policía, por ejemplo). Los asesinatos, «muertes violentas», las condenas a los mismos, «lamentos dolorosos», las quemas de autobuses en el bulevar de San Sebastián, incluso con el conductor dentro, «protestas» de jóvenes patriotas…
Nunca me pude explicar el silencio de esta sociedad, el abandono en una repentina soledad absoluta del señalado por el «pueblo», la cobardía vergonzosa de vecinos y amigos, que en vez de hacer una piña y denunciar las amenazas criminales a su hasta entonces allegado le tornaban en invisible.
Por todo ello siempre he sentido una infinita admiración por vascos como Joseba, sujetos que pudiendo perfectamente situarse en el confort de sus apellidos vascos, de su integración posible sin sospechas de «españolismo», optaron por la defensa -verdaderamente heroica- de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad.
Mi homenaje por ello a Joseba, en un momento de esperanza, en el que se empieza a atisbar el fin del miedo, con la ilusión de que esos hombres vascos, con fuerza para levantar piedras de cientos de kilos la encuentren para levantar una mano que diga basta ya, a mi amigo no se le toca.
Gracias, Joseba, y gracias a todos los que hacéis como él hizo.
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