Antonio

Con afecto y dolor

Querido, admirado y añorado Joseba:

Te escribo estas líneas, pocos días después de que se cumplan 16 años de la fecha de tu asesinato a manos de ETA, con el fin de depositarlas en tu buzón virtual de Andoain. Escribo con tristeza, sentimiento que se reproduce cada año por las mismas fechas y en otras ocasiones en que recordamos la estéril e injusta muerte a manos del terrorismo de los familiares de tantos amigos que hemos ido haciendo en los últimos tiempos.

A diferencia de otras cartas que he podido leer en tu buzón, no me mueve ningún complejo de culpa. Creo haber contribuido –muy modestamente, eso sí– a desarrollar la conciencia civil de que el terrorismo carece de toda justificación y, por tanto, debe ser condenado radicalmente como forma de “intervención” social o política. Nada es más contrario al imperativo moral fundamental que expresara Kant con su retorcida prosa y del que estoy hoy profundamente convencido: obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio. Nada hay moralmente más abyecto que servirse de la vida de los demás como trampolín para alcanzar un objetivo, sea el que sea, por elevado que pueda parecernos. No solo es contrario a la ética, sino también al sentido común. Si de algo tengo que arrepentirme, es de haber tardado en dar alcance universal a esta convicción y soy culpable de no haber sentido el mismo radical aborrecimiento por ciertos crímenes de la primera ETA contra la dictadura franquista (sólo me disculpa, acaso, mi juventud inexperta e inmadura).

Lo que ha provocado que sienta la necesidad de escribirte es la cena prenavideña en la que, a iniciativa de Diario Vasco y El Correo, se reunieron a guisar y comer en aparente buena armonía Idoia Mendia, secretaria general del PSE, Andoni Ortuzar, presidente del PNV, y Lander Martínez, secretario general de Podemos en Euskadi, con Arnaldo Otegi, coordinador de EH Bildu. Estoy seguro de que habrás recibido otras cartas en el mismo sentido. Te pido disculpas si te repito cosas que ya sabes. Voces mucho más autorizadas y más diestras que la mía han protestado por la presencia de la representante del PSE en esa ceremonia. Entre otros, se puede contar a José Mari Múgica, que ha pedido públicamente su baja del PSOE, a Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que ha mostrado su simpatía por la rebelión de Múgica y ha censurado severamente a su partido, y a Rogelio Alonso, que ha puesto de relieve las razones por las que el brindis de los asistentes que se inmortalizaba en la fotografía de la cena debía considerarse como algo inmoral.

¿Qué puede haber de malo en que representantes de la soberanía popular, de signos distintos e incluso contrarios, se encuentren –en fechas navideñas, además– para celebrar juntos el espíritu de la reconciliación? ¿Acaso no es esto una muestra de voluntad de perdón, un testimonio del inicio de una nueva época en que, liberados ya la pesada losa del terrorismo, podremos trabajar todos juntos en la mejora de la sociedad? ¿Dónde está el problema? ¿No deberíamos sentirnos satisfechos de haber dado un paso adelante inimaginable hace tan solo unos pocos años?

A algunas personas que no tienen que sufrir directamente sobre sus espaldas la opresión de un régimen nacionalista puede parecerles todo esto una reacción desmesurada frente a una escena completamente normal o incluso loable. Sin embargo, los que estamos acostumbrados al doble lenguaje, a la manipulación de la realidad y al fingimiento, constantes que acompañan al nacionalismo, no nos dejamos sorprender.

Tal como está ocurriendo ahora en Cataluña, la aparente inocencia de los interrogantes esconde trampas. ¿Qué hay de malo en votar? preguntan en Cataluña. Nada, desde luego,… a menos que lo que quieras votar sea la destrucción del Estado o la realización de cualquier otro acto delictivo. ¿Qué hay de malo en la imagen de un encuentro de amistad y camaradería de los políticos vascos con un representante de la banda terrorista ETA? Pues, que esa imagen idílica contiene una ficción dolosa: el fin de ETA no se ha producido con arreglo a las condiciones que las asociaciones de víctimas, unidas por primera vez en su totalidad, formularon en noviembre de 2010. Es más, bien podríamos decir ETA no se ha extinguido aun efectivamente, porque lo cierto es que ni han entregado la totalidad de sus arsenales, ni han esclarecido la totalidad de sus crímenes, ni se ha puesto a disposición de la Justicia la totalidad de sus autores.

¿Qué más queda por hacer? El proyecto político de ETA perseguía la implantación del ideal nacionalista por medio de la violencia y el amedrentamiento. Hay que garantizar la desaparición completa de ambas formas de coerción. Es preciso reconocer que ETA no tenía razón, que su lucha estaba equivocada y, por ello, que no sería justo conseguir ninguna forma de impunidad. Para los delitos cometidos deben administrarse las penas justas y estas deben cumplirse en su totalidad.

La política de gracia está reservada a los arrepentidos, con las limitaciones que marca la Ley. Pero el arrepentimiento ha de ser sincero y completo. He sido testigo en varias ocasiones de cómo personas, que militaron en ETA en los primeros años y renunciaron en su momento a la violencia, no pueden rememorar ese pasado sin que asomen lágrimas en sus ojos. Quien manifiesta un verdadero arrepentimiento no puede ver su antigua militancia como algo glorioso, sino necesariamente como algo detestable y condenable. ¿Qué sentimiento de censura hay en los festejos y aclamaciones con que antiguos y nuevos simpatizantes reciben hoy a los presos liberados? ¿Es esto una muestra de genuino arrepentimiento? Y eso pone de relieve otro foco de responsabilidad: ¿acaso no deben revisar también su visión de la historia las personas que de forma pública o secreta apoyaron a ETA (y los que sin apoyarla callaron cobardemente)?

Los representantes en Andoain del PNV (el partido que, según uno de sus más reputados dirigentes, esperaba aprovecharse –y, ¡bien que lo ha hecho!– de las nueces caídas del árbol que agitaba ETA) se negaron a otorgarte, Joseba, en su momento, la medalla de honor del municipio. Podemos hace bandera (¡progresista!) de sus simpatías por el totalitarismo y jamás condenará la violencia armada, EH Bildu no ha hecho ningún movimiento para satisfacer las justas exigencias de las organizaciones de víctimas, ni para revisar sus propios planteamientos políticos, ni para hacer examen de conciencia acerca de cuántos de sus logros se han hecho posibles gracias a la violencia etarra.

Por eso, la foto de la cena de confraternización es un símbolo escandaloso. Representa una gran mentira, escenifica tramposamente que ya se han resuelto todos los problemas, cuando en realidad todas las heridas siguen abiertas. Representa lo que debió haber sido, pero que en realidad no es.

En definitiva, querido Joseba, como muchos temían, ETA ha dado pasos hacia su desaparición, pero sus representantes y simpatizantes siguen constituyendo el estrato dominante de la sociedad y las instituciones vascas y mantienen vivo, sin examen de conciencia ni dolor de corazón, el proyecto político de ETA (ahora, eso sí –y no es poco–, sin la mediación de la violencia armada).

Razones hay para que te agites inquieto en tu tumba, si no fuera por el amor de los tuyos, que me consta que sigue intacto. Por mi parte, me complace decirte que conservo admirada y afectuosamente tu recuerdo, esa modesta pero dignísima forma de la inmortalidad.

Sant Cugat, 14 de febrero de 2019

Posted on 25 marzo, 2019 in Carta

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